Cuando el Medio se Convierte en el Fin

Un Llamado a Reorientar Nuestros Corazones en la Era Digital

Vivimos en una época en la que las herramientas tecnológicas han alcanzado un lugar central en nuestra vida diaria. Usamos aplicaciones para comunicarnos, informarnos, entretenernos, e incluso para relacionarnos con Dios. Pero hay una realidad que muchas veces pasamos por alto: estas herramientas, que en un principio fueron creadas para facilitarnos la vida, corren el riesgo de convertirse en nuestros amos, desplazando el propósito por el cual fueron creadas.

El medio que se vuelve el fin

Cuando un medio —una red social, una app, una plataforma de comunicación— deja de ser un instrumento y se convierte en el objetivo principal, nos encontramos frente a un fenómeno preocupante. Esto tiene nombres técnicos como fetichismo del medio, reificación o incluso cautiverio digital. Pero detrás de esos términos, hay una verdad profunda: estamos adorando la herramienta en lugar de usarla para su propósito.

Marshall McLuhan, un influyente teórico de la comunicación, dijo que “el medio es el mensaje”, advirtiéndonos que el canal por el cual recibimos algo no es neutro. El medio tiene el poder de transformar lo que comunica. En el contexto espiritual, esto puede significar que el modo en que buscamos a Dios o compartimos el evangelio puede quedar atrapado en la forma y perder la esencia del mensaje.

Consecuencias espirituales y sociales

Esta inversión de propósitos no es inocente. Cuando convertimos las aplicaciones en fines en sí mismas, surgen efectos que afectan profundamente nuestra vida:

  • Adicción digital: ya no abrimos una aplicación para informarnos, sino porque sentimos ansiedad si no lo hacemos. Perdemos horas deslizando pantallas sin rumbo, sin propósito, sin descanso. 
  • Pérdida del valor relacional: el número de “me gusta” o seguidores se vuelve más importante que una conversación cara a cara. Se cosifica la validación personal. 
  • Desconexión espiritual: llenamos nuestros vacíos con estímulos digitales y perdemos la sensibilidad para escuchar la voz de Dios. Como Marta, nos ocupamos en “muchas cosas”, mientras que María eligió la “mejor parte” (Lucas 10:38-42). 
  • Fatiga y frustración: el alma se agota en esta economía de la atención donde siempre debemos estar disponibles, actualizados, entretenidos… pero nunca en paz. 

¿Cómo podemos resistir esta trampa?

 El apóstol Pablo nos recuerda: “Todo me es lícito, pero no todo conviene; todo me es lícito, pero no me dejaré dominar de ninguna” (1 Corintios 6:12). Aquí hay algunas estrategias prácticas que podemos adoptar como cristianos conscientes:

  1. Recuperar la intención. Antes de abrir una aplicación, pregúntate: “¿Para qué la necesito ahora?”. Volver al propósito es el primer paso para no perdernos en el camino.

  2. Establecer límites saludables. El tiempo de pantalla, el uso de redes sociales o la cantidad de notificaciones pueden ser regulados. Las aplicaciones están hechas para que nos quedemos, pero nosotros podemos decidir cuándo salir.

  3. Darle prioridad a lo real sobre lo virtual. Haz el esfuerzo de fortalecer tus relaciones cara a cara. Llama, visita, conversa, ora con alguien. No permitas que el mundo digital sustituya la riqueza del encuentro humano.

  4. Crear momentos de desconexión espiritual. Establece tiempos diarios o semanales para apartarte de los dispositivos y conectarte con Dios. La lectura bíblica, la oración y el silencio son antídotos contra el ruido digital.

  5. Formar comunidad con propósito. No todas las redes digitales son malas. Pero úsalas intencionalmente para compartir vida, edificar, servir. Que la tecnología sirva al Reino, y no el Reino a la tecnología.

Una conclusión necesaria: redirigir la mirada

La tecnología es una herramienta poderosa que puede enriquecer nuestras vidas de muchas maneras. Sin embargo, su verdadero valor reside en cómo la utilizamos para alcanzar nuestros objetivos y mejorar nuestra existencia, no en el mero acto de usarla.

Como dijo Viktor Frankl, «Quien tiene un porqué para vivir, puede soportar casi cualquier cómo». Si tenemos claro nuestro porqué –nuestros propósitos, nuestros valores, nuestras relaciones significativas– entonces podremos utilizar las aplicaciones, como medios que nos ayuden a construir una vida plena y con sentido, sin permitir que se conviertan en la trampa que nos desvía de lo que realmente importa. Es tiempo de recuperar nuestro propósito y poner la tecnología en su lugar: como un siervo, no un amo.

En el evangelio de Mateo, Jesús dice: “Donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mateo 6:21). Si el medio —sea una aplicación, una red, un dispositivo— se ha convertido en nuestro tesoro, nuestro corazón también estará allí. Es tiempo de volver a poner nuestros ojos en el verdadero fin: glorificar a Dios y amar al prójimo.

Los medios pueden ser maravillosos si los usamos como tales. Pero cuando se convierten en fines, terminan vaciándonos por dentro. Como pastores, líderes y creyentes, tenemos la responsabilidad de guiar a otros, no solo en lo que creemos, sino también en cómo vivimos. Y eso incluye cómo usamos las herramientas que el mundo digital nos ofrece.

Que el Señor nos dé sabiduría para usar los medios sin perdernos en ellos, y gracia para vivir conectados, sí… pero con el cielo.