Cuando contemplo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que allí fijaste, me pregunto: «¿Qué es el hombre para que en él pienses? ¿Qué es el hijo del hombre para que lo tomes en cuenta?». Salmos 8:3-4 NVI
El universo abarca todo lo conocido: la materia, la energía, el espacio y el tiempo. Las escalas de tiempo son tan grandes que ni siquiera podemos imaginarlas.
Para hacernos una idea, por cada grano de arena que hay en la Tierra, existen 1000 estrellas. Algunos piensan que incluso un millón o más. Nuestra galaxia es una entre 100 mil millones de galaxias.
Los cientificos han estimado el límite del universo visible desde la Tierra a 46.500 millones de años luz, en todas las direcciones. Es decir, un diámetro de 93.000 millones de años luz. Donde un año luz equivale a 9,46 billones de Kilómetros.
Con estos datos lo que quiero decir es que el universo es inmenso, no cabe en nuestra mente comprenderlo. Cuando vemos tal magnitud, a nuestros ojos parecemos un «insignificante grano de arena».
Sin embargo, para Dios no somos un insignificaante grano de arena. Para Dios somos su imagen y semejanza, su creación y sobre todo sus hijos. El universo es asombroso. Me parece que esa era la sensación del salmista cuando miraba en las noches los cielos, el se maravillaba de tal inmensidad. Pero más le maravillaba que en un universo tan basto y maravilloso Dios tuviera cuidado y prestará atención al ser humano.
Me asombra el universo, pero más me asombra Aquel que lo creo y que tambien me creo a mí.
De todo lo creado, de todas las maravillas de la naturaleza solo tu y yo fuimos creados a su imagen y semejanza. Y cuando nos echamos a perder, Dios mismo optó por venir a salvarnos. «Porque el Hijo del Hombre ha venido para salvar lo que se había perdido» Mateo 18:11. Hay quien piensa que Dios nos creó y luego se desocupo de nosotros, pero no es cierto. En todo caso fuimos nosotros quienes nos desocupamos de Dios, quienes nos descarriamos como ovejas. Sin embargo, el como el buen pastor dejo las noventa y nueve para buscar a la que se había perdido, es decir a ti y a mi. ¿Porque? Sencillamente porque nos ama.
Pues Dios amó tanto al mundo que dio a su único Hijo, para que todo el que crea en él no se pierda, sino que tenga vida eterna. Juan 3:16 NTV
Entonces la Palabra se hizo hombre y vino a vivir entre nosotros. Estaba lleno de amor inagotable y fidelidad. Y hemos visto su gloria, la gloria del único Hijo del Padre. Juan 1:14 NTV
Sin embargo, cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer y sujeto a la ley. Dios lo envió para que comprara la libertad de los que éramos esclavos de la ley, a fin de poder adoptarnos como sus propios hijos; Gálatas 4:4-5 NTV
Aunque era Dios, no consideró que el ser igual a Dios fuera algo a lo cual aferrarse. En cambio, renunció a sus privilegios divinos; adoptó la humilde posición de un esclavo y nació como un ser humano. Cuando apareció en forma de hombre, se humilló a sí mismo en obediencia a Dios y murió en una cruz como morían los criminales. Por lo tanto, Dios lo elevó al lugar de máximo honor y le dio el nombre que está por encima de todos los demás nombres. Filipenses 2:6-9 NTV